jueves, 29 de octubre de 2009

VEINTISIETE AÑOS DE LA VICTORIA SOCIALISTA

AMIGOS,

Os dejo un excelente artículo del siempre magistral y humilde compañero JESUS ARANGO, publicado en el día de hoy en el diario LA NUEVA ESPAÑA.


JESÚS ARANGO El día 27 de octubre, cuando escribo este artículo, han transcurrido ya veintisiete años desde aquella jornada de reflexión que fue preludio de un día inolvidable para más de diez millones de españoles: la llegada de los socialistas al Gobierno de España. Y precisamente escribo estas líneas porque a los 27 años no se suele celebrar ningún aniversario de ésos en los que se recuerdan las efemérides.Los sucesivos gobiernos socialistas que durante catorce años ininterrumpidos gestionaron la política española tuvieron sus aciertos y sus errores. Lógicamente, el balance que se puede hacer será diferente según la perspectiva política desde la que se analice y como toda acción política estará sometido a crítica. Sin embargo, mi propósito es traer a la memoria algunas políticas «con mayúsculas» que significaron importantes cambios para la sociedad española. Fueron medidas adoptadas por gobiernos socialistas que, pasado el tiempo, se han convertido en hitos importantes en la mejora del bienestar y en la ampliación de los derechos económicos y sociales de los españoles. Se trata de decisiones que convirtieron esas políticas en irreversibles, pues ningún gobierno posterior se ha atrevido a derogar o cambiar. Me refiero, por ejemplo, a la ley General de Sanidad de 1985 que, a pesar de la enconada oposición que plantearon durante su tramitación los colegios de médicos y otras fuerzas con intereses económicos en la sanidad, cuyos detalles tuve ocasión de conocer directamente de mi admirado amigo Ernest Lluch, poco antes de ser asesinado, convirtió la asistencia sanitaria en un derecho universal y gratuito, que supuso que, entre otros colectivos, un millón de agricultores españoles dejase de tener que destinar una parte de sus, en muchas ocasiones, menguados ingresos a cubrir esta prestación mediante seguros médicos privados. Otra conquista de parecido tenor fue la aprobación algunos años más tarde de las pensiones no contributivas, que supuso para miles de conciudadanos, que no tuvieron la suerte en la vida de acumular una cotización suficiente para alcanzar una pensión contributiva, afrontar la vejez más dignamente. Más recientemente y con el actual Gobierno, la aprobación de la ley de la Dependencia es un paso más en esa senda de las conquistas sociales, que ha supuesto abandonar la concepción del Estado de bienestar propia de los sistemas tradicionales católicos del sur de Europa, en los que el cuidado de ancianos, niños y discapacitados recae fundamentalmente en la familia y no como ocurre en los modelos socialdemócratas más avanzados del norte de Europa, que estas obligaciones son atendidas por el Estado. Sin embargo, con respecto a esta norma hay que decir claramente que su eficacia y sostenibilidad a medio plazo sólo es posible si se suben los impuestos para poder acometer su financiación, pues como señalaba un destacado jurista, «las leyes sin contrapartida económica hacen bibliotecas, pero no países». Y en ese sentido, cabe señalar que nuestra presión fiscal es mucho más baja que la media europea y, por supuesto, muy alejada de los países europeos que disfrutan de un sistema de protección social en el que se incluyen este tipo de prestaciones. Tampoco hay que olvidar que tan importante o más que la presión fiscal es la distribución de la carga fiscal, pues resulta muy relevante el cómo se reparte la financiación pública entre impuestos directos, que tienen en cuenta la capacidad de renta del contribuyente, y los impuestos indirectos, en los que la contribución se realiza al margen de los niveles de ingresos de los ciudadanos. Los gobiernos conservadores de José María Aznar que sucedieron a los de Felipe González hicieron honor a su signo político: meramente conservaron estos avances sociales impulsados por los socialistas, sin que se pueda enunciar durante su período ninguna medida social del calado de las anteriores y eso a pesar de que sus gobiernos vivieron una prolongada etapa de auge económico. Sí en cambio debe reconocerse que durante el ciclo favorable que vivió España en la segunda mitad de los años noventa y que ha durado hasta la crisis de 2007, en un contexto europeo y mundial expansivo, durante el período de los gobiernos del Partido Popular se introdujo una mayor competencia en algunos sectores de actividad económica mediante distintas reformas estructurales. Sin embargo, a pesar del intenso crecimiento de la economía y del empleo de aquellos tiempos del eslogan de «España va bien», hubo un retroceso en las políticas de redistribución de la riqueza tal y como ponen de manifiesto las estadísticas comunitarias SEEPROS en las que se compara el gasto social de los distintos Estados miembros: España redujo el porcentaje del gasto en prestaciones sociales sobre el producto interior bruto, que es el indicador normalmente utilizado para medir esta cuestión.Como comentario final de este breve recorrido por el acontecer de las últimas tres décadas, en mi opinión uno de los grandes errores de los gobiernos socialistas, incluido el actual, fue creer en los cantos de sirena de que la política económica es un asunto que se debe encargar a técnicos o gestores presuntamente eficaces, desconociendo que ya los economistas clásicos (Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx) nos hablaban de la economía política para aportar soluciones a los problemas de los ciudadanos y no de herramientas pretendidamente neutrales que se amparan en sofisticados modelos que cada vez alejan más la economía de la vida cotidiana de los ciudadanos. Hay que tener siempre muy presente que vivimos en una sociedad y no en una economía, aunque la política económica es un asunto lo suficientemente importante para no dejarlo en manos exclusivamente de unos banqueros centrales y sus adláteres (OCDE, Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial) que recomiendan sobre todo reformas laborales con abaratamiento del despido y reducciones salariales, y que ponen en cuestión la viabilidad de los sistemas públicos de pensiones. Y tales recomendaciones nos las hacen desde sus puestos de altos funcionarios excelentemente retribuidos y con unos suculentos fondos de pensiones, permitiéndose el lujo de reivindicar la independencia de los poderes políticos democráticamente elegidos, para diseñar unas políticas económicas que nos han metido de lleno en la profunda crisis que vivimos actualmente.El fin de la historia y el triunfo pleno del mercado proclamado reiteradamente durante las últimas décadas y hasta fechas recientes son asuntos que han quedado olvidados con la crisis actual. El socialismo de hoy debe plantear con claridad una nueva combinación de los principios que rigen el funcionamiento de la economía: el mercado y la intervención pública. Hay que pasar de las meras distracciones de si bajar impuestos es de derechas o de izquierdas, a plantear a nuestros ciudadanos, por ejemplo, que si queremos hacer frente con más efectividad a las periódicas fluctuaciones de la economía es imprescindible que avancemos en la unidad política de Europa, pues sólo con un bloque europeo unido podremos hacer frente a los retos que plantea una economía y una revolución tecnológica que ha dejado obsoleta la dimensión institucional de los Estados-nación. En la actualidad, la mayoría de las decisiones ya se adoptan sin tener en cuenta dicha dimensión, pues estamos inmersos en una economía en la que la fragmentación productiva transnacional, incluidos los servicios de alto valor añadido susceptibles de transporte digital, está invadiendo de forma exponencial nuestras sociedades.En todo caso, el socialismo europeo como alternativa política debería ser capaz de ofrecer un nuevo programa que dé respuesta actualizada a los problemas fundamentales de la humanidad y que ya enunció John Maynard Keynes en 1926: saber combinar la eficiencia económica, la justicia social y la libertad individual. El mundo ha cambiado tanto desde 1982 que por menos de lo que pago de factura mensual de teléfonos compré un billete de avión para celebrar este 28 de octubre contándoles batallitas a mis nietos ingleses. Hasta la vuelta.

martes, 27 de octubre de 2009

ARTICULO PUBLICADO EN EL PAIS

Os dejo un artículo publicado en El País, el pasado domingo día 25 de Octubre, aunque no comparto el 100% de su planteamiento creo muy interesante alguno de los argumentos que el autor esgrime y que sin ninguna nos ayudará a reflexionar.


TRIBUNA: PAOLO FLORES D'ARCAIS
La traición de la socialdemocracia
Los partidos reformistas, convertidos en aparatos de gestión del poder, se han olvidado de la defensa de la igualdad contra el sistema de privilegios. Al incorporarse al 'establishment' han perdido su razón de ser
PAOLO FLORES D'ARCAIS 25/10/2009
Creo haber escrito mi primer artículo sobre "la crisis de la socialdemocracia" hace aproximadamente un cuarto de siglo, y eran ya muchos quienes me habían precedido. Sirva ello para explicar que el tema no es nuevo y que puede decirse que las socialdemocracias, en cierto sentido, siempre han estado en crisis (excepto las escandinavas, que nunca llegaron a crear escuela). La raíz de tal crisis reside en efecto en la desviación (un abismo a menudo) entre el dicho y el hecho que las aqueja. La socialdemocracia nació como una alternativa al comunismo en la defensa de la igualdad contra el sistema de privilegios. La alternativa al comunismo se ha conservado (con toda justicia) pero la batalla por la igualdad (es decir, la lucha contra los privilegios) se ha visto reducida a flatus vocis, incluso en su fórmula minimalista de la "igualdad de oportunidades de arranque", que llegó a ser teorizada por numerosos liberales como corolario de la meritocracia individual.
Resulta por ello más fácil recordar los raros momentos en los que la socialdemocracia alimentó realmente esperanzas: el laborismo de la inmediata posguerra, que implanta con Attlee el estado de bienestar teorizado por Beveridge; los años de Brandt, que el 7 de diciembre de 1970 se arrodilla en el gueto de Varsovia; la época de Mitterand, que interrumpe la larga hegemonía gaullista que pesaba sobre Francia casi como destino (o condena). Logros reformistas, a los que las propias socialdemocracias no han dado continuidad. La política del estado de bienestar se detuvo apenas un poco más allá del servicio sanitario nacional (que además se burocratizó rápidamente). La desnazificación radical de Alemania, que los gobiernos democristianos habían descuidado, no se vio enraizada en similares transformaciones de las relaciones de fuerzas sociales. Y la unidad de la izquierda de Mitterrand, tras la prometedora y brevísima época de los "clubes", se resolvió mediante compromisos entre los aparatos de partido, no en un acrecentamiento del poder efectivo de los ciudadanos.
Porque esa es la cuestión -no secundaria en absoluto- que los análisis de la "crisis de la socialdemocracia" no suelen tener en cuenta. El carácter de aparato, de burocracia, de nomenclatura, de casta, que han ido adquiriendo cada vez más, incluso en la izquierda, quienes, por decirlo con palabras de Weber, "viven de la política" y de la política han hecho su oficio. La transformación de la democracia parlamentaria en partidocracia, es decir, en partidos-máquina autorreferenciales y cada vez más parecidos entre sí, ha ido haciendo progresivamente vana la relación de representación entre diputados y ciudadanos. La política se está convirtiendo cada día más en una actividad privada, como cualquier otra actividad empresarial. Pero si la política, es decir, la esfera pública, se vuelve privada, lo hace en un doble sentido: porque los propios intereses (de gremio, de casta) de la clase política hacen prescindir definitivamente a ésta de los intereses y valores de los ciudadanos a los que debería representar, y porque el ciudadano se ve definitivamente privado de su cuota de soberanía, incluso en su forma delegada.
Los políticos de derechas y de izquierdas acaban por tener intereses de clase que en lo fundamental resultan comunes -de forma general: el razonamiento siempre tiene sus excepciones en el ámbito de los casos individuales- dado que todos ellos forman parte del establishment, del sistema de privilegios. Contra el que por el contrario debería luchar la socialdemocracia, en nombre de la igualdad. Y es que, no se olvide, era la "igualdad" el valor que servía de base para justificar el anticomunismo: el despotismo político es en efecto la primera negación de la igualdad social y el totalitarismo comunista la pisotea por lo tanto de forma desmesurada.
La partidocracia (de la que la socialdemocracia forma parte), dado que estimula la práctica y creciente frustración del ciudadano soberano, la negación del espacio público a los electores, constituye un alambique para ulteriores degeneraciones de la democracia parlamentaria, es decir, para una más radical sustracción de poder al ciudadano: así ocurre con la política-espectáculo y con las derivas populistas que parecen estar cada vez más enraizadas en Europa.
Pero lo cierto es que las vicisitudes actuales de las socialdemocracias parecen manifestar algo más: grupos dirigentes al completo que no solo están en crisis sino casi a la desbandada, sumidos en la espiral (al igual que los aviones al caer en picado) de un auténtico cupio dissolvi. La cuestión es que la culpa originaria, el haber olvidado la brújula del valor de la "igualdad", sin el que la izquierda pierde todo su sentido, está pasando ahora factura. Pero razonemos con orden.
Resulta paradójico que la socialdemocracia viva el acmé de su crisis precisamente cuando más favorables son las condiciones para la critica hacia el establishment y para plantear propuestas de reformas radicales en ámbito financiero y económico, dado que está a la vista de todos o, mejor dicho, está siendo padecido y sufrido por las grandes masas, el desastre social provocado por la deriva de los privilegios sin freno y por el dominio sin control ni contrapeso del liberalismo salvaje, de los "espíritus animales" del beneficio.
Y es que la crisis provoca incertidumbre ante el futuro y el miedo empuja a las masas hacia la derecha, según se dice. Pero eso ocurre solo porque la socialdemocracia no ha sabido dar respuestas en términos de reformismo, es decir, de justicia social creciente, a la necesidad de seguridad y de "futuro" de esos millones de ciudadanos. Pongamos algún ejemplo concreto. El miedo ante el futuro adquiere fácilmente los rasgos del "otro", el inmigrante, que nos "roba" el trabajo. Pero si el inmigrante puede "robarnos" el trabajo es solo porque acepta salarios más bajos. ¿Ha intentado llevar a cabo alguna vez la socialdemocracia una política de sistemático castigo de los empresarios, grandes y pequeños, que emplean a inmigrantes con salarios más bajos y sin el resto de costosas garantías normativas obtenidas tras decenios de luchas sindicales?
Algo análogo ocurre con la deslocalización de las empresas, el fenómeno más vistoso de la globalización. El empresario alemán, o francés, o italiano, o español, al trasladar su actividad productiva hacia el tercer mundo, se lucraba con enormes beneficios explotando mano de obra con salarios ínfimos y sin tutela sindical (por no hablar de la libertad de contaminar en forma devastadora). Pero los gobiernos poseen potentes instrumentos, si así lo quieren, para "disuadir" a sus propios empresarios en su carrera hacia la deslocalización, instrumentos que la política de la Unión Europea puede hacer incluso más convincentes o reforzar en buena medida.
La socialdemocracia, por el contrario, se ha doblegado ante esta mundialización, cuando no la ha exaltado, cuando si el empresario puede pagar menos por el trabajo, deslocalizando la fábrica o pagando en negro al clandestino, se crean las condiciones para un "ejército salarial de reserva" potencialmente infinito, que irá reduciendo cada vez más los salarios, restituyendo actualidad a categorías marxistas que el estado del bienestar -y luchas de generaciones (no la espontánea evolución del mercado)- habían vuelto obsoletas. Y sin embargo la socialdemocracia está organizada nada menos que en una "Internacional", y ha gozado durante mucho tiempo en las instituciones europeas de un peso preponderante. No es por lo tanto que no pudiera hacerse una política diversa. Es que no quiso hacerse.
Los ejemplos podrían multiplicarse. La socialdemocracia ha llegado a aceptar las más "tóxicas" invenciones financieras, y no ha hecho nada concreto para acabar con los "paraísos fiscales" o el secreto bancario, instrumentos del entramado económico-mafioso a nivel internacional, con el resultado de que el poder de las mafias se extiende por toda Europa, desde Moscú a Madrid, desde Sicilia hasta el Báltico, y ni siquiera se habla de ello. Y dejemos correr el problema de los medios de comunicación, absolutamente crucial, dado que "una opinión pública bien informada" debería constituir para los ciudadanos "la corte suprema", a la que poder "apelar siempre contra las públicas injusticias, la corrupción, la indiferencia popular o los errores del gobierno", como escribía Joseph Pulitzer (¡hace ya más de un siglo!), mientras que nada han hecho las socialdemocracias por aproximarse a este irrenunciable ideal.
La socialdemocracia debía distinguirse del comunismo en sus métodos, mediante la renuncia a la violencia revolucionaria, y en sus objetivos, mediante la renuncia a la destrucción de la propiedad privada de los medios de producción. No estaba desde luego en su ADN, por el contrario, la abdicación a condicionar a través de las reformas (es decir sustancialmente) la lógica del mercado, volviéndola socialmente "virtuosa" y sometiéndola a los imperativos de una constante redistribución del superávit tendente hacia la igualdad.
Al traicionar sistemáticamente su única razón de ser, la socialdemocracia ha estado en crisis incluso cuando ha ganado elecciones y ha gobernado. ¿Cuánto se han reducido las desigualdades sociales bajo los gobiernos de Blair? En nada, si acaso todo lo contrario. ¿Y con Schroeder? ¿De qué puede servir una izquierda que lleva a cabo una política de derechas, si no a preparar el retorno del original?
No resulta difícil, por lo tanto, delinear un proyecto reformista, basta tener como estrella polar el incremento conjunto de libertad y justicia (libertades civiles y justicia social). Es imposible realizarlo, sin embargo, con los actuales instrumentos, los partidos-máquina. Porque pertenecen estructuralmente al "partido del privilegio". No pueden ser la solución porque son parte integrante del problema.